El mundo de la miseria es tan amplio que para conseguir llevarlo a su total desarrollo sería necesaria la colaboración de una gran mayoría de los ciudadanos del mundo.
Entendemos por miseria gran parte de la pobreza existente en esos países, los cuales definimos como subdesarrollados y, en cambio, no nos preocupamos de subsanar la que habita en nuestro interior.

La miseria humana es la más perjudicial de cuantas existen sobre la faz de la tierra, puesto que es la que destruye al ser humano y a cuantos le rodean. Por tanto, hemos de vivir en constante alerta, evitando con ello que se adueñe de nuestro ser, puesto que ella es la causa principal de que esa otra miseria, catalogada como física, continúe persistiendo, y peor aún, aumentando día a día.
Cuando hayamos admitido y, por consiguiente, superado nuestra propia miseria (esa que disimulamos y ocultamos tras el duro caparazón que envuelve al mundo materialista y que, a su vez, impide demostrar cierta solidaridad hacia quienes necesitan de lo imprescindible para subsistir) habrá llegado el momento de comenzar a transformar el mundo y a quienes lo habitan, porque como decía Aristóteles: "No es la forma de gobierno lo que constituye la felicidad de una nación, sino las virtudes de los jefes y de los ciudadanos."

Entretanto, lo máximo que conseguiremos será acrecentar dicho problema social, puesto que ese vergonzoso y recóndito mundo de las debilidades humanas, el cual comprende ambición, egoísmo, envidia e hipocresía, a lo único que nos conducirá a pasos agigantados será a encontrar la miseria absoluta e irreversible de la humanidad.
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