Ciego no es el que no ve con los ojos físicos, sino aquel que teniendo vista no alcanza a comprender que la auténtica visión es saber caminar seguro por la vida siguiendo las instrucciones de su corazón, es decir, avanzar guiado por sus convicciones.

La ceguera de espíritu es muy perjudicial para vivir en un mundo lleno de odios, rencores, envidias, celos, ambición y egoísmo, ya que dicha ceguera nos impide ver la belleza que abunda a nuestro alrededor. Sí, porque a pesar de tantas cosas nefastas, si somos capaces de introspeccionarnos, con el propósito de descubrir esos defectos que todos tenemos y que, asimismo hemos, de aceptar para, posteriormente, poder subsanarlos, será entonces cuando al fin podremos vislumbrar la parte positiva de los ciudadanos del mundo.

Con esa nueva forma de mirar a los demás y de vivir, el odio se transformará en amor; el rencor en perdón; la envidia en admiración; los celos en confianza en el otro; la ambición en conformismo; el egoísmo en altruismo; y así sucesivamente.
Cuando hayamos quitado el velo que nos tapaba los ojos, ese será el día en que podremos decir que vemos con nitidez, que la ceguera ya no existe en nuestra alma. |