Hay un mundo que nadie ve, pero que está ahí: el mundo anímico. Si éste carece de temores, rencores, odios, traumas, y un sinfín de negatividades, se podrá decir que el hombre se encuentra en perfecta armonía consigo mismo.
Es muy importante sacar al exterior toda esa serie de obstáculos que nos impiden vivir sanamente, para una vez conseguido esto, ser capaces de ir superándolos.
Un grave error es no querer admitirlos. No cabe duda que es más fácil esconderlos en el cuarto de los trastos (subconsciente), que descubrir la cantidad de cosas que nos quedan aún por limpiar.

Si es que queremos realmente prescindir de todos esos estorbos, hemos de afrontar la realidad e intentar descubrirnos plenamente, con el firme propósito de subsanar todo lo que nos aísla de nosotros mismos, y que asimismo, nos aleja de la felicidad.
¿Quién es más feliz, la persona que vive liberada de miedos, tensiones, odios..., o la que está atormentada por no haberse descubierto a su debido tiempo?

Pienso que la primera tiene más claro hacia donde va, puesto que se guía por sus propias convicciones, y ello le hace sentirse más contenta consigo misma. Por tanto, está más cerca de la felicidad. En cambio, la segunda, jamás podrá ser quien quiere ser, porque ni ella misma sabe quien es; y esto le va a crear gran insatisfacción y, por consiguiente, infelicidad.
En definitiva, para vivir de verdad es imprescindible el conocimiento de sí mismo, para a continuación poder eliminar toda esa carga que nos impide ser personas ricas en optimismo, bondad, amor y serenidad. Resumido en dos palabras: personas auténticas. |