Humildad es sinónimo de docilidad, sumisión, modestia y sencillez. Por eso, pretender ser humilde en una época en que se estila el orgullo, es un lujo. Pero no es un lujo cualquiera, puesto que quien lo posee tiene en su haber un valioso tesoro.
Ser humilde es saber estar en el mundo siguiendo la doctrina que nos enseña a ser sencillos y espontáneos.

Para vivir humildemente es necesario desligarse de esa forma de vida que nos conduce hacia el artificio y el ilusionismo. Es decir, que hay que pasar de todo ese engaño que se encuentra en nuestra enlatada civilización. Sí, ese que nos presenta la televisión y que está cargado de hedonismo, arrogancia y vanidad, el cual está haciendo furor en nuestra sociedad, impidiéndonos ser nosotros mismos.
La carencia de humildad nos conduce al egocentrismo y a la esclavitud del cuerpo y del alma.
¿Hasta cuándo nos dejaremos convencer por tanto montaje social?. Algunos quizás toda la vida, pero en cambio, otros abrirán los ojos a la realidad para comprender que el artificio y la arrogancia, tan en boga en nuestros días, no tienen sentido, puesto que nos apartan de la esencia humana.

En síntesis, la humildad es un tesoro que se encuentra dentro de uno mismo y, a su vez, es el camino más rápido para llegar al corazón del prójimo, haciéndole comprender que ella forma parte de la sabiduría humana.
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