En este mundo de confusión, intransigencia, desasosiego, desarmonía y todo lo negativo que se quiera añadir, lo único que podría salvarnos sería el amor desinteresado. A través de él, podremos alcanzar la paz interior y, por consiguiente, la felicidad.
La paz del mundo es importante y necesaria pero, mientras no se consiga personal e interiormente, no se alcanzará a escala mundial. Pero para que la paz empiece en el corazón de uno mismo, es imprescindible el acercamiento al propio espíritu. Después de ese primer paso, sentiremos mayor alegría y seguridad, con lo cual podremos hacer la vida más agradable a los demás y, por añadidura, a nosotros mismos.
Dicho amor se consigue a través de la fe y de la confianza depositada en nuestro espíritu, que es quien rige nuestra vida. De otra manera, el amor se convertirá en egoísmo y desequilibrio; y esta situación nos conducirá a la desconfianza, al desamor y, más adelante, a la desesperación.

Se acostumbra a decir que el ser humano es fruto de las circunstancias, pero yo opino que las circunstancias son el fruto del ser humano, pues si el ser humano, único ser racional, sabe dirigir su vida profesional, social y familiar y, asimismo, logra transformar el mundo con tantos avances técnicos y científicos, ¿por qué no va a ser capaz de hacer de su vida interior un paraíso de paz, serenidad y amor, para transmitirlo posteriormente a sus congéneres?
Quizá el encuentro consigo mismo sea la tarea más difícil de llevar a cabo, aunque también la más sencilla, si la comparamos con las hazañas que ha venido realizando el género humano a través de la historia. He aquí la terrible lucha que el ser humano ha de soportar con su otro "yo".
|