Una mujer en el infierno

La mujer se encontrada sumida en el peor de los sueños. Su vida se había convertido en una constante pesadilla. Deseaba despertar para poder sentirse viva, pero la llamada de la heroína tenía más fuerza que sus deseos. Por eso, la cruenta batalla había comenzado dentro de sí misma.

La impotencia, por un lado y la lucha por sobrevivir, por otro, estaban atormentando su alma hasta límites insospechados. Todos los problemas y sufrimientos que había ahogado en el caballo eran inferiores al exterminador que ahora estaba destruyendo su personalidad y encaminándola hacia una muerte prematura.
 


La mujer había conocido el infierno, pues su vida estaba marcada por la desgracia que la conducía a diario hacia el viaje a ninguna parte. Tal vez las llamas del averno no abrasasen tanto como la imperiosa necesidad que se adueñaba de su voluntad hasta poseerla totalmente. La bandera de su libertad interior se había desgarrado y no encontraba forma humana de volverla a su estado original.

Aunque pudiera sentir la brisa del viento en su cara y ver la luz del día, su alma estaba presa en una cárcel de barrotes invisibles pero reales, donde un cruel carcelero le cerraba el paso hacia la libertad de ser ella misma, de renacer, de poder ser mujer sin necesidad de recurrir a artificios.

Buscando una salida, la mujer clamaba ayuda desesperadamente, pero nadie la socorría. Todos pasaban de largo. No querían conocer de cerca el infierno de su vida, si se le podía llamar vida a aquella tortura que habitaba en su alma.
 


¡Ayuda, ayuda!, decía la mujer que estaba sentada en la acera de una oscura calle de una gran ciudad, mientras su cara, que un día había sido sonrosada y hermosa, iba palideciendo. Sus extremidades no respondían a las órdenes del cerebro y sus azulados e inexpresivos ojos comenzaban a cerrarse, desplomándose, instantáneamente, su cuerpo en medio de la acera, ante la pasividad de los transeúntes.

Media hora después se acercaba una ambulancia para recoger el cuerpo sin vida de una mujer que había habitado durante mucho tiempo en el infierno.

Desde Gijón
 
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No por mucho madrugar, amanece más temprano.

A mal tiempo, buena cara.

Nunca llueve a gusto de todos.

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Para qué quiero mis bienes, si no remedio mis males.

No te acostarás sin saber una cosa mas.

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La suerte de la fea, la bonita la desea.

La mujer y la manzana tiene que ser asturiana.

A todo gochín le llega su sanmartín.

 
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