Teófilo estuvo casi un año sin levantar cabeza al faltarle el último eslabón de la cadena familiar. Sólo una vecina, de nombre Mª Arboleda, a base de carantoñas y demás técnicas amatorias, le quitó las penas hasta que Teófilo la encontró enjabonándose en la bañera. El hombre que yacía con ella se quedó petrificado al ver a Mª Arboleda amoratarse mientras Teófilo le estrujaba el cuello con parsimonia.

Dos meses después, Teófilo Santirso salió de la cárcel con los pies por delante tras haberse desangrado en plena batalla con una hoja de afeitar.