Perfecto Guardado bajó del Mercedes tan engrifado como raudo. Los guardaespaldas se agolparon a su alrededor para protegerle de aquella amalgama de cámaras y micrófonos que le esperaba ante el Juzgado. Se veía que la primavera le estaba alterando la sangre porque se puso rojo como la grana cuando un periodista, que se había colado en el Juzgado, logró darle en la llaga tras alcanzarle con su micrófono justiciero.

Malhumorado, Perfecto Guardado miró a su matón de confianza y éste, ni corto ni perezoso, le puso la zancadilla al arrojado periodista, quien, en un santiamén, besó el suelo. Perfecto Guardado se atusó el cabello y, con paso firme, se dirigió a la Sala de Audiencias.
 

Dos meses después, Perfecto Guardado salía en los medios de comunicación para defender su dignidad y buen nombre ante unos ciudadanos que no se creyeron ni una palabra de cuanto dijo tan honorable señor. Porque Perfecto Guardado había alcanzado la fama tras meter mano y cerebro en los fondos de buena parte de contribuyentes que se habían ganado el pan de cada día con el sudor de su frente, los mismos que tuvieron que apretar los dientes al saber que Perfecto Guardado no pisaría el "Hotel Rejas".