"Eres un hombre", me dicen quienes bien me quieren, que son los mismos que me hacen llorar lágrimas de sangre. Yo me río de ellos porque sé que no ven más allá de sus narices. Seguro que si estuvieran en mi lugar, no se dignarían juzgarme ni por recomendación. ¡Qué sabrán ellos de todas las noches que he estado en vela dándole vueltas a la cabeza! Por eso, ahora que estoy seguro de ser quien soy, nada ni nadie se interpondrá en el camino que me he trazado. Ya está bien de vivir engañándome y de demostrarles a los demás la cara falsa de la moneda.
Ni aunque me pagasen mil millones dejaría pasar esta oportunidad que llevo esperando desde los catorce años. Entonces fue cuando supe que yo no me correspondía con aquella imagen que cada mañana, cada tarde y cada noche, me transmitía el espejo. Así como mi sufrimiento sólo me pertenece a mí, también la decisión que he tomado para bien o para mal sólo me concierne a mí, que soy quien ha tenido que soportar durante doce años todo ese tormento que me ha ido corroyendo el alma sin piedad. Porque cada segundo vivido se ha incrustado en mi alma como si se hubiera tratado de un siglo. Además, estoy hasta la coronilla de ser mirado y tratado como un loco. Pero me consuela saber que pronto podré resarcirme de los daños que he sufrido sin rechistar. Pues gracias a haber mantenido la cordura en medio de la desdicha, ahora podré vivir como si naciese por primera vez. Claro que no estoy loco, ni nada que se le parezca.
¿Por qué, sino, ha dado el psicólogo el visto bueno para que me realicen la operación de cambio de sexo? Además, yo nunca he dudado de que en mi cuerpo de hombre estaba aprisionada una mujer que vibraba y sentía como cualquier otra mujer.
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