La playa se veía casi vacía a aquella hora. Yo había salido del trabajo algo agobiada y como, además, mi novio llevaba unos días sin dar señales de vida, no sé si por despecho o porque no estaba para aguantar ni al más pintado, me dio la ventolera de ir hasta la playa nudista para pasar un rato conmigo misma.
"Vista por detrás tienes un cuerpo de quinceañera", me dijo una voz cargada de sensualidad, la misma que me llegó más allá del alma al sonar en mis oídos aquella frase que no derritió mi cuerpo porque Dios no quiso.

Ni corta ni perezosa, alcé la cabeza y me encontré con un chico muy salado como de unos veintitantos años que me miraba con cara de no haber matado una mosca en su vida. Aunque me sea difícil recordar los detalles después de diez años, creo que en mi mente ha quedado grabada de por vida su infantil mirada, la cual contrastaba con aquel cuerpo serrano que a punto estuvo de quitarme la respiración.
Pensé en corresponderle con un piropo similar al que me había lanzado unos segundos antes, pero la timidez, que permanecía adherida a mi interior desde tiempos de Maricastaña, sólo me permitió abrir la boca para darle las gracias.

Tanto me encandiló el acento de su voz que, media hora después, el cuerpo serrano, que resultó ser francés de origen y de residencia, me dejó tan buen sabor de boca, que es el día de hoy que no me lo puedo quitar de la cabeza por mucho que lo intente.
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