Siempre fui una persona libre como el viento. Me gustaba vivir a mi aire y dejar vivir. Disfrutaba con saber que podía hacer lo que deseaba, hasta que un día comencé a tomar drogas, descubriendo las sensaciones que producían. Al principio todo parecía perfecto. Me sentía vigoroso e, incluso, llegué a creerme dueño del mundo, riéndome una y mil veces de las personas que veía enclenques y débiles, pero ese mundo no era el real, sino que era un mundo que yo había idealizado en mi mente, hasta el punto de llegar a convencerme de que era maravilloso. ¡Qué equivocado estaba!
La realidad era bien distinta, aunque tardé en darme cuenta pero, aún así, me seguía engañando a mí mismo. Aunque mi cuerpo me pedía mayor dosis día tras día, yo no quería escuchar la voz de mi interior, la cual me decía que ya iba siendo hora de parar aquella carrera sin meta, ya que si la seguía me llevaría a una muerte segura. Pero yo ni caso. La heroína era el único aliciente que me mantenía vivo.
La hora de la verdad llegó cuando tuve que delinquir para costearme aquella necesidad imperiosa. Jamás pensé que tendría que recurrir a los bienes ajenos, a través de la fuerza, para chutarme. Eso habría sido lo último que hubiera imaginado. Pero lo había hecho y, no una, sino varias veces, hasta que un día me cogieron in fraganti y ese día fue mi perdición, aunque lo disimulé como mejor pude.

Llegó el día del juicio y me condenaron a dos años de cárcel. Ahora estoy preso y quisiera decirle al mundo que no soy un delincuente, sino una víctima del peor azote de este siglo: la heroína.
En mi celda tengo todo el tiempo del mundo para pensar, aunque sólo pueda decir que ello me sirve para comprender que cuando salga de aquí me espera la calle de nuevo, con las mismas tentaciones, peligros, amistades y, por supuesto, la huella de haber estado en el talego. Pero, ¿dónde están los centros de rehabilitación, dónde las oportunidades de cambiar el modo de vida de tantas personas que, como yo, no tienen ideales ni ilusión?, ¿dónde está el trabajo que los políticos han prometido a los jóvenes? y el futuro, ¿qué nos deparará el futuro? Por más que intento pensar en una respuesta positiva, no lo consigo. Todo a mi alrededor es oscuridad. Quizás la única solución sea la muerte y, sé que si así fuera, nadie lloraría mi desaparición.
Pero no, quiero quitar esos pensamientos de mi mente. He de buscar una salida, un cambio de rumbo. Aunque una parte de la vida sea un asco, supongo que habrá otra que merezca la pena vivir, aunque sea en otra ciudad o en otro país. Deseo luchar. Quiero transformar mi vida, aunque sea comenzando de cero. ¡Tal vez lo consiga! |