A punto de cumplir los veintisiete, Cegetino Grullos llevaba ocho años de cárcel en cárcel por una paliza propinada a un chaval menor de edad a quién dejó inválido de por vida. Desde entonces, no volvió a utilizar los puños que, en libertad, le habían servido para cargar y descargar bombonas de butano; en la cárcel no los necesitaba gracias a los pinchos de hasta treinta centímetros, que su compañero de chabolo le había enseñado a elaborar y que dejaban los cuerpos que atravesaban como un colador.
Cegetino Grullos no tuvo el gusto de conocer el tubo hasta pasado algo más de un año. Dos funcionarios con cara de matones le metieron medio baldado en aquel vivero de cucarachas y moscardones tras la sarta de patadas y puñetazos que descargaron sobre él después de que un chivato les fuera con el cuento de que "el Pelos" yacía en el suelo del patio más seco que una uva pasa por haberse cruzado con el pincho que Cegetino le tenía reservado por culpa de un mal rollo.

Los funcionarios con cara de matones no hacían más que ensañarse con Cegetino Grullos en cuanto le leían las cartas que pretendía enviarle al juez de vigilancia penitenciaria para denunciar los malos tratos a que era sometido semana sí y semana también.
Cegetino Grullos se estaba quedando en los huesos por culpa de tantas somantas y visitas al tubo, pero no se quejaba porque prefería aguantar cuanto le echasen con tal de no dejarse meter en cintura.
Los funcionarios con cara de matones abrieron la puerta del tubo y se toparon con una especie de pelele que pataleaba en el aire con la lengua hinchada y los ojos salidos de su órbita.
No he podido callar este hecho al enterarme que Cegetino Grullos decidió celebrar su cumpleaños fuera de este mundo. |