El gran ataúd, donde sus inquilinos se convierten día tras día en muertos vivientes, se ha cerrado, dando paso a un submundo hermético y mastodóntico. La libertad se ha desgarrado, dejando libre el camino a la opresión, que irá anexa a la obediencia. La batalla de los cerrojos ha comenzado.
Los chirridos de los cerrojos pondrán silencio en la colmena humana, pero también -al amanecer- se encargarán de despertar los sentidos dormidos de tantos seres necesitados de descanso.
Cerrojos, cerrojos y sólo cerrojos, que atronarán los oídos hasta que éstos se acostumbren a la música cerrojil, que nada tiene que ver con la celestial.

Odios, rencores, sinsabores, angustias, miedos -melodía dolorosa- que se apoderarán de esas almas aisladas en tan lúgubre lugar. Y los cerrojos aumentarán el tormento de los habitantes del borrascoso ataúd.
Cerrar, cerrar y cerrar; todo consistirá en impedir el paso hacia la libertad, hacia el no ser, hacia el bloqueo, hacia la impotencia... La cerrazón, si fuera posible, se tornaría aún más oscura, pero más es imposible.
Los ojos se cierran más que se abren: miran sin ver; y los cerrojos abren y cierran puertas impenetrables: corazas de abre y cierra que, aunque se abran, no por ello dan libertad.
Cerrojos de puertas adentro, ¡ojalá que algún día nadie tenga que odiaros! |