Los chicos del 95

A sus diecisiete años, Darío se sentía vacío, desorientado e inseguro. No podía comprender que aquello le estuviera ocurriendo a él, pues todavía el mes anterior había saboreado la felicidad en su interior. La celebración de su cumpleaños, en compañía de algunos compañeros de clase y de varios amigos, le había aportado entusiasmo y alegría.

Él, que había crecido rodeado de lujos y atenciones, jamás había percibido tal insatisfacción. Ni siquiera, cuando durante su infancia sus padres salían por las noches, dejándolo en compañía de la tata, le había dominado la tristeza que ahora se apoderaba de su persona. Tampoco al acostarse, y aún teniendo miedo a la oscuridad, se había dejado vencer por sus fantasmas infantiles.

Al día siguiente, en vista de la angustia que le atenazaba, Darío se confió a su amigo Rafa. Este, después de escuchar atentamente a Darío se dio cuenta que él también estaba atravesando por la misma situación, aunque reconoció que había decidido ocultarlo por temor a las posibles burlas de sus amigos.

Ambos chicos, al desahogar sus problemas, se habían quitado un peso de encima. Ya eran dos personas caminando en la misma dirección, la cual les ayudaría a buscar una solución.

Tanto Darío como Rafa se preguntaban si su malestar sería debido a la edad pero, por otra parte, ellos se consideraban suficientemente maduros para comprender que no siempre tiene que ser la edad la culpable de los males de los jóvenes.


Decidieron comprar libros que les pudieran orientar a descifrar el enigma que tanto les atormentaba. Al leer el primero de ellos, ya comenzaron a comprender que su problema nada tenía que ver con la edad ni con su manera de ser. Pero la mayor sorpresa se la llevaron cuando el psicólogo que había escrito el libro se refería a los padres, educadores y, en general, a la sociedad del bienestar, como los principales causantes de la carencia de ideales y de pensamientos propios de los jóvenes, siendo precisamente esa carencia la que les conducía a la insatisfacción. Luego acusaba a la televisión de incitar a los jóvenes hacia el materialismo, alegando que con tanta publicidad defensora del hedonismo y del consumismo como única forma de alcanzar la meta deseada, les convencía de que el culto al cuerpo, las motos, la música atronadora y la ropa de marca eran productos que los ayudarían a conseguir la felicidad. Además estaban los reality shows, así como los telefilms y las series de dibujos animados superviolentos, donde los jóvenes tendían a identificarse con los personajes protagonistas de los mismos, generando, asimismo, grandes vacíos interiores en ellos, sobre todo, al descubrir que, cuando se enfrentaban a la realidad, nada tenían en común con los valentones que habían aparecido en la pantalla.

Aunque Darío y Rafa se dieran cuenta que tal vez las palabras escritas por el psicólogo fueran la clave a su problema, decidieron leer otro libro que les pudiera confirmar que su vacío era fruto de un sistema social equivocado.

Después de finalizar la lectura del segundo libro, apenas tenían dudas, puesto que las coincidencias eran asombrosas. No obstante, los chicos se quedaron en silencio, intentando meditar sobre la vida que habían llevado hasta entonces. Ahora descubrían que, como tantos otros jóvenes de su generación, habían sido engañados y manipulados mentalmente tanto por sus progenitores y educadores como por el sistema que regía la sociedad del bienestar.

Ellos se habían dado cuenta a tiempo y estaban dispuestos a luchar contra todo lo que oliera aborreguismo. Decidieron que no se dejarían llevar más por la corriente de esa desbordada sociedad que había estado a punto de absorber su mente por completo.

Darío y Rafa, después de salir del colegio, se reunían a diario en casa del hermano mayor de Rafa, que se había independizado dos años atrás, para idear un plan que les permitiera formar un equipo de formación de chicos que estuvieran interesados en unirse a ellos.



Los dos chavales habían decidido hacer una encuesta entre sus compañeros de colegio con el propósito de conocer la forma de pensar de los demás jóvenes. Por eso, durante un mes se dedicaron a ir anotando las contestaciones que recibían de chicos con edades comprendidas entre los catorce y los diecisiete años. Una vez finalizada la primera fase del plan, descubrieron que casi todos pensaban igual, puesto que creían que la vida consistía, a parte de estudiar por obligación, en poseer muchas cosas materiales, así como en salir a divertirse y en ver la televisión.

La segunda fase del plan era dar paso a la acción, es decir, formar un equipo con chicos y chicas que sintieran interés por conocer los nuevos métodos educacionales. Para ello, colocaron un tríptico en el tablón de anuncios del colegio, donde los interesados se podían informar más a fondo telefoneando al hermano de Rafa, que sería el encargado de explicar en que consistía la organización.

Transcurrida una semana, la lista estaba formada por doce chicos y catorce chicas. Aquello para Darío y Rafa fue todo un éxito, pues no esperaban tal cantidad, aunque también sabían que el plan era muy atractivo para gente que carecía de valores auténticos, precisamente, porque nadie se los había inculcado. ¡Qué triste era que los mayores omitieran tales maravillas a unos jóvenes que estaban sedientos de sabiduría y que carecían de ella! ¿Qué futuro les esperaría a tantos jóvenes que deambulaban de acá para allá sin rumbo? Tales pensamientos llevaban a Darío y a Rafa a desear superarse como personas, dedicando varias horas al día a estudiar a Tagore, a Beltrolt Brecht y a otros que les pudieran orientar a despejar la incógnita de su vida interior.

El grupo comenzó a reunirse en casa de Fernando, el hermano de Rafa. Los primeros días estuvieron dedicados a conocerse mutuamente. La confianza sería la primera norma para poder ayudarse en caso de que existieran problemas personales o familiares, así como para aclarar dudas sobre uno mismo o sobre los demás miembros del equipo. En segundo lugar iría el aprendizaje del conocimiento de uno mismo; algo que conseguirían a base de introspeccionarse cada día mediante la meditación, y a través de las ideas y pensamientos que fueran aflorando espontáneamente, pero intentando corregirse unos a otros si se sobrepasaban en sus divagaciones. La tercera norma consistiría en aceptarse con todos esos defectos que forman parte del alma humana, aunque procurando ir eliminándolos hasta acabar casi por completo con ellos. La siguiente norma sería anteponer los valores humanos como el altruismo, la amistad, la libertad, la sencillez, la solidaridad... a los bienes materiales, aunque sin prescindir de estos últimos por completo. Y la última norma sería intentar reeducar a los que a su vez pretendían educarles a ellos con sistemáticas enseñanzas carentes de valores y de ética.



El equipo de los chicos del 95, como se hacían llamar, había conseguido tanta celebridad dentro del colegio que, tanto los demás adolescentes como los profesores sentían gran curiosidad por conocer sus métodos. Tal fue la cantidad de gente interesada en unirse a ellos, que incluso el director del colegio mandó restaurar y equipar un antiguo salón de actos para que los jóvenes se reunieran después de las clases. La iniciativa trascendió tanto que hasta los medios de comunicación se interesaron por el equipo de los chicos del 95, que al cabo de un año, contaba con más de cien adolescentes. Las cadenas de televisión les invitaron a sus programas para que pudieran contar sus experiencias y los motivos que les habían conducido a formar parte del equipo más popular de todos los tiempos. Los periódicos y revistas se hicieron eco de los avances humanos y espirituales de los chicos del 95. Esto fomentaba la curiosidad y el entusiasmo entre los adolescentes de otros colegios. Algunos padres y profesores acudían a conocer los nuevos métodos educacionales, pues comprendían que hasta entonces nadie había tenido una idea tan positiva como aquella.

Darío y Rafa sabían que si hubieran vivido en una época más afortunada, tal vez se habrían acomodado, perdiendo la oportunidad de saborear la felicidad y de transmitirla a los demás. Por eso, después de todo, estaban contentos de haber sentido aquel vacío en su interior, pues de lo contrario jamás hubieran comprendido que podía ser debido a la insatisfacción que produce la materia cuando se la considera el principal valor en la escala social.

La sensación de aquella maravillosa libertad nacida del autoconocimiento y del librepensamiento, así como los valores más auténticos del ser humano, fueron la nota dominante de finales del siglo XX.


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