Educando para vivir

Los chavales estaban sentados en sus pupitres esperando al pedagogo que, durante dos días, les impartiría un curso sobre los últimos métodos de educación.

Tras varios minutos de espera, y cuando ya los chicos comenzaban a inquietarse en sus asientos, apareció una mujer que, a pesar de su juventud, estaba doctorada en pedagogía y contaba con un master de psicología a sus espaldas. La presencia de la mujer desató tal algarabía entre los alumnos, que ni siquiera el profesor, que creía conocer bastante bien a sus pupilos, podía dar crédito a aquel comportamiento. Sólo se le pasó por la mente que quizás fuera debido a tan insólito acontecimiento, ya que era la primera vez que, en las aulas, se llevaba a cabo una experiencia de ese tipo.

Los cuchicheos de los bachilleres acallaban constantemente la voz de la pedagoga que pretendía presentarse a sus futuros oyentes. Tras varios intentos, y gracias a la energía que salió de su interior, la mujer pudo hacerse oír por encima del alboroto que había a su alrededor.

Graciela, que así se llamaba la pedagoga, comenzó haciendo un resumen de los métodos tradicionales de educación, entre los cuales se encontraban los tan utilizados durante décadas: "la letra con sangre entra" y "quien bien te quiere te hará llorar". Tras varios ejemplos, invitó a los alumnos a opinar, dejando en el aire la pregunta de si sería adecuado continuar utilizándolos.



-Yo pienso que actualmente no serviría de nada obligar a un chico a aprender mediante la violencia, porque en vez de estar dispuesto a recibir una enseñanza positiva, lo único que se conseguiría sería que se pusiera en guardia y, quizás, se acabase convirtiendo en un ser agresivo y resentido -dijo Pelayo, el delegado del curso.

Tras Pelayo fueron hablando los demás, coincidiendo prácticamente todos con su compañero, excepto Jorge, que alegó lo siguiente:

-Mi padre dice que tendrían que volver los tiempos de mano dura, ya que, de otro modo, con tanto consentimiento, se acabará perdiendo el respeto a los mayores, siendo el libertinaje el modus vivendis de los jóvenes.

-¿No has pensado que, tal vez, tu padre sea una de esas personas que han quedado traumatizadas por haber recibido una educación demasiado severa y que, por eso, le vuelven a la mente esos pensamientos? -preguntó Graciela.

-No lo sé, aunque puede que tenga usted razón, ya que él, aunque no sea violento, es muy intransigente y jamás muestra sus emociones -respondió Jorge.

-La violencia no consiste sólo en maltratar físicamente. Una palabra o una actitud puede ser suficiente para que un hijo se ponga en guardia contra sus padres -agregó Graciela. En vista de que los métodos tradicionales de educación no sirven, por estar desfasados, os voy a presentar un nuevo método educacional basado en el diálogo, en la confianza y en el amor. Si lo deseáis, podéis tomar apuntes, ya que tenéis libertad para intervenir cuando lo creáis oportuno.

"En primer lugar diré que los padres han de aproximarse de corazón a sus hijos, hablándoles con absoluta claridad y teniendo en cuenta sus opiniones, porque por encima de todo está la personalidad individual, que ya existe desde antes de nacer, pero es, sobre todo, durante los seis primeros años de vida cuando queda marcada la huella que nos hará ser únicos y que nos ayudará a ir forjando nuestra personalidad a lo largo de los años. Basándonos en esto, los padres tienen el deber de amar a sus hijos desde la más tierna infancia."


-Es decir, que si un niño no es tenido en cuenta por sus mayores, puede carecer, el día de mañana, de personalidad -afirmó Darío.

-No tiene porqué ser siempre así, puesto que hay otros mecanismos para hacerse uno a sí mismo, aunque lo más probable es que un niño que haya vivido en un ambiente de "tú te callas" o "esto no es cosa de niños", se acabe convirtiendo en un adulto desgraciado.

-Entonces, a partir de ahora nos tenemos que hacer oír por nuestros padres, aunque yo pienso que si ellos no quieren, de nada servirá insistir, porque, ¿quién va a cambiar la mentalidad de unas personas que creen que tienen la verdad absoluta? -preguntó Pelayo.

-Dialogando a diario se puede conseguir más que con mil discusiones juntas. Y si vuestros padres no admiten el diálogo, ¿no será que vosotros no os acercáis a ellos con sinceridad, o que cuando os disgusta el consejo que os dan, hacéis caso omiso? Pensad que el diálogo es cosa de dos y si uno falla, el fracaso es rotundo. Esto os debería servir para meditar esta noche. Por hoy es suficiente, y mañana ya me diréis qué habéis sacado en conclusión -remató Graciela.

Los chicos quedaron entusiasmados con la pedagoga. A la hora del recreo no había otro comentario. Tanto su juventud y belleza como su espontaneidad la habían ayudado a ganarse la confianza de los bachilleres de primero A, que dedicaron el tiempo de recreo a debatir sobre lo aprendido.

De vuelta a casa, Pelayo y Jorge, que eran amigos, decidieron que intentarían acercarse, con naturalidad, a sus respectivos padres, ya que así podrían contarle a Graciela su experiencia.

Al día siguiente, hasta algunos alumnos de primero A, que siempre habían destacado por su falta de puntualidad, estaban sentados en sus pupitres esperando a Graciela.

Un minuto después la pedagoga cruzó la puerta y, tras saludar a los chicos con gracejo, subió a la tarima para seguir con la clase del día anterior.

-¿Habéis sacado alguna conclusión de lo expuesto ayer? -interrogó la pedagoga.



-Yo he meditado muy a fondo y he comprobado que todo cuanto ha dicho usted es cierto. Me refiero, sin duda, a que no siempre son nuestros padres los culpables de la falta de comunicación, pues a veces nosotros no les escuchamos como debiéramos. Además, a veces, se interpone nuestro egoísmo, impidiéndonos ver más allá de la realidad. No obstante, yo he experimentado ayer con mis padres, y aunque no hayamos llegado al perfecto entendimiento, hemos avanzado más en una hora que durante toda mi vida. Por eso, invito a los demás a hacer lo propio, ya que los hijos también estamos obligados a educar a los padres. La educación es una tarea mutua -añadió Pelayo.

-Bien, la opinión de Pelayo es válida por estar basada en una experiencia que, de paso, le ha servido de lección. De todos modos, cuanto mayor sea la tolerancia y comprensión de los padres, mayor libertad de criterio tendrán los hijos -aclaró Graciela.

-Eso que acaba de decir usted es una verdad como una casa, pues yo llevo años intentando acercarme a mi padre y no hay manera de hablar con él. Es poco comunicativo y siempre se quiere quedar con la razón aunque no la tenga. Mi madre se limita a callar y, después, finge consolarme, pero no sirve de nada porque en realidad está de su parte. Con ese panorama, ¿cómo voy a poder decir lo que pienso? -se desahogó Jorge.

-Eso es muy común entre algunos padres que piensan que, utilizando la superioridad que les confiere la categoría de ser progenitores, sus hijos se van a supeditar a sus intereses, cuando la verdad es que los están abocando al hermetismo y a la rebeldía. Lo mejor en estos casos es contar con el apoyo de alguna persona de confianza: un amigo o un hermano mayor que pueda interceder ante los padres. Nunca cometáis el error de esconder vuestras emociones, porque sólo encontraréis soledad y amargura, pudiendo llegar incluso, en el futuro, a la inadaptación social -aconsejó Graciela.

Por lo tanto -continuó la pedagoga- debéis haceros escuchar y respetar por vuestros padres, ya que el respeto es primordial si deseáis amaros a vosotros mismos y ser capaces de amar a los demás.

-Entonces, ¿hemos de suponer que la educación recibida por la mayoría de nosotros no es la adecuada para convertirnos en personas responsables y maduras? Si es así, ¿por qué nuestros padres no cambian de actitud? -preguntó Tomás.

-No es que todas las personas que no hayan sido bien educadas vayan a acabar inmaduras, pero una buena educación tanto durante la infancia como en la adolescencia puede servir para tener recorrido la mitad del camino; la otra mitad dependerá de cada uno de nosotros: de la seguridad en sí mismo, de la perseverancia...



Aunque una persona rodeada de amor y respeto siempre tendrá ventaja sobre otra que haya sido educada en la intolerancia y el miedo. Y en cuanto a por qué no cambian de actitud algunos padres, tendría que decir, en términos generales, que porque ignoran que exista otro tipo de educación que el transmitido por sus padres y por los tiempos que les ha tocado vivir. En realidad, algunos de vuestros padres son el espejo de su época, una época retrógrada e hipócrita donde lo único que importaba era la apariencia. Por eso les cuesta admitir que están equivocados; por una parte, está su orgullo de padres y, por otra, se interpone su ignorancia acerca de los nuevos métodos educacionales, que ante todo se basan en la transformación de la mente y del alma -respondió la pedagoga.

-Según usted, nuestros padres deberían recibir clases de educación destinadas a su vez a la educación de los hijos. Eso si que resulta simpático -apuntó Marcos.

-Pues aunque te haga gracia, sería lo conveniente pero, he ahí la dificultad, pues algunos padres no están preparados para dejarse reeducar. Así que, de momento, es mejor que dejéis las cosas como están, ya que puede ser peor el remedio que la enfermedad -dijo Graciela.

La pedagoga concluyó diciendo que sólo la tolerancia, la comprensión, la confianza y el amor podían conducir a los padres y a los hijos al entendimiento, y que esa sería la única vía que los ayudaría a educarse mutuamente.

Antes de despedirse, Graciela repartió entre los chicos un folleto informativo que les pudiera servir de orientación en lo sucesivo. Su título era: Educando para vivir.


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